Como si fuéramos ladrones

Oliver Marks acaba de salir de la cárcel, habiendo pasado allí diez años por el asesinato de uno de sus amigos más cercanos. Un asesinato que tal vez no cometió. Lo recibe el detective Colborn, quien encarceló a Oliver. Se va a jubilar, pero antes quiere saber qué fue lo que realmente sucedió hace diez años.

Mientras estudiaba a Shakespeare en la academia, Oliver notó: sus talentosos compañeros de clase interpretan los mismos papeles que en el escenario, que en la vida — villano, héroe, tirano, seductora — y él, por lo general, permanecía como un personaje secundario en la obra de otro. Pero un día, los profesores obligan a los estudiantes a intercambiar roles, y así la amistosa competencia se convierte en grotescos enfrentamientos, y la trama de las obras de teatro se materializa en la vida.

Al final ocurre una tragedia: uno de los siete amigos es encontrado muerto. Y ante los demás se presenta la tarea actoral más difícil de toda su vida: convencer a la policía y a sí mismos de su propia inocencia.